jueves, 18 de enero de 2018

ELIZALDE, Fabricación Española.


UNA HISTORIA DE AUTOMOCIÓN.

Elizalde, el coche maldito de Barcelona.

De una fábrica en el corazón del Eixample salieron entre 1914 y 1927 unos 500 automóviles de leyenda y solo sobreviven dos y medio.



El coche maldito por excelencia de la historia de la automoción es el Porsche 550 Spyder de James Dean, con el que perdió la vida. "Mi pequeño bastardo", así le llamaba el actor.
Pero ese título tan poético, maldito, por razones bien distintas, nada luctuosas, se lo merecen también los aproximadamente 500 coches Elizalde que se fabricaron en Barcelona entre 1914 y 1927, exquisitas obras de artesanía, de los que, he aquí lo desconcertante, sobreviven solo dos ejemplares y medio en todo el mundo, ninguno 100% original.


Esta es una historia de Barcelona que merece ser recordada.
Eso acaba de hacer con un libro enciclopédico sobre la materia el escritor Manuel Garriga. Lo ha titulado Elizalde, la fábrica de Barcelona. Es cierto que hubo más fábricas en la Barcelona de aquellos años, pero esta estaba en el corazón de la ciudad, entre Còrsega y Rosselló y entre Bailèn y paseo de Sant Joan. De allí salieron joyas sobre ruedas.


A veces, una historia así hay que comenzar a contarla por el final, por ese momento en que sucede algo inconcebible. Eso fue en 1925. Tras la prematura muerte ese año de Arturo Elizalde, fundador de la compañía, su esposa, Carmen Biada, tomó las riendas de la empresa.
La fábrica llevaba ya un tiempo trabajando una nueva línea de producción, los motores de avión.
Los coches, aunque habían causado admiración entre la clase alta, y aunque con carrocerías deportivas dieron sonadas victorias a los pilotos de la época, parece que nunca fueron un buen negocio.


Puede incluso que jamás dieran beneficios, sostiene Garriga, un contratiempo menor para alguien tan inmensamente rico como era Arturo Elizalde.
Pero el caso es que, muerto el fundador, su esposa hizo algo desconcertante, tan teatral que parece entresacado de una novela, pero que sucedió en verdad, tal y como contó en una ocasión su hijo Miguel.
Mi madre mandó llamar a todos los empleados de la casa, los reunió en el patio y ordenó formar un montón con todos los planos y papeles relacionados con la automoción que había en la fábrica, y a continuación ordenó quemarlos para imbuir al personal de espíritu aeronáutico.
Dado que íbamos a fabricar motores de aviación, tenían que olvidarse de los coches". A aquella pira purificadora le sucedió después otra orden que encoge el alma, la de desguazar todos los monoplazas de competición, entre ellos, por ejemplo, el mítico modelo 5181, un ocho cilindros de 3,2 litros de capacidad que entre 1922 y 1924 dejó atrás a todos sus rivales en la entonces muy emocionante subida a la Rabassada.


Total, que no hay planos de los Elizalde por eso, pero tampoco quedan apenas restos materiales de aquellos coches, salvo decenas de buenas fotografías, catálogos de venta, noticias en la prensa y, lo dicho, dos unidades y media.
Una aún circula. Lo hace una vez al año de Barcelona a Sitges, pero en verdad es un modelo Tipo 20 bastante modificado sobre su aspecto original.


Otra es un tipo 23 que años después de su fabricación fue tuneado hasta hacerlo irreconocible. El terce Elizalde palpable es solo medio vehículo, porque en los años 60 ardió en un incendio. Era un autobús carrozado y motorizado en la fábrica del paseo de Sant Joan que tal vez cubrió la ruta entre Reus y Aleixar en 1931.


Los Elizalde, a su manera, son a la historia de la automoción lo que los bandicut de pies de cerdo son a la historia de la zoología. En 1857 se consideraban extintos hasta que el naturalista Gerard Kreft dio con dos de ellos en una zona desértica de Australia. Menuda sorpresa. Lo triste es que Kreft andaba medio muerto en aquel desierto, extraviado como les ha ocurrido a tantos otros exploradores de aquel inhóspito continente, así que tuvo que sacrificar aquellas dos pobres bestias y se las comió. Si aquella rarísima especie de marsupial tuviera ruedas, sería un Elizalde.


De las razones por las que la supervivencia de esta marca, ni que sea residualmente en museos o en colecciones privadas, ha sido tan escasa, hay varias teorías. Alguna es incluso tan romántica que apetece tomarla en serio, pero Garriga aconseja desconfiar.


Por ejemplo. Una de las características de aquellos coches es que tenían la culata de bronce. Fue una decisión bien estudiada por Elizalde en persona. Es una material con un coeficiente de dilatación más bajo que el acero, más eficiente, por lo tanto. Mejoraba el rendimiento.
La leyenda asegura que ese alma de bronce fue su condena cuando estalló la guerra civil. Se dice muy alegremente que los Elizalde se desballestaban solo por su culata, porque era un material valioso para, por ejemplo, la fabricación de balas. Sería como cazar ballenas solo en busca de ámbar gris. No parece una explicación coherente. De ser cierto que el bronce podía decantar la guerra, las iglesias se hubieran quedado sin campanas, y no sucedió. Pero, claro, como de un coche maldito se trata, cualquier leyenda tremenda perdura en el tiempo, y esta es una de ellas.


Otra explicación posible, también maldita, es que en su diseño los Elizalde padecieran alguna enfermedad congénita, imposible hoy de conocer por la ausencia de planos. Puede que algo de eso hubiera, porque en los años 20 sobre ellos se cantaba una versión adaptada de 'Mala entraña', un célebre cuplé de Raquel Meller. "Elizalde, Elizalde, no te quiero ni de balde, ¡qué embrague tienes, ladrón!, prefieron un DeDion-Bouton", decía, en referencia a otra marca mítica, esta francesa.


En cualquier caso, los Elizalde eran una marca con pedigrí. Ford fabricaba en serie en la avenida Icària desde los años 20. De Hispano Suiza se produjeron unas 20.000 unidades. Los Elizalde, en cambio, eran una exquisitez, así que en la Barcelona libertaria de 1936 no pudieron, como sus dueños, disfrazarse y huir al bando nacional. Fueron colectivizados y, en cierto modo, condenados a trabajos forzados. Su rastro se pierde mayoritariamente entonces. Caen en el olvido. O no.



El epílogo de esta historia sorprenderá a más de uno. Tiene que ver con el modelo 48. En su momento fue el coche más grande del mundo. El rey Alfonso XIII, en una visita a la fábrica, le hizo saber a Arturo Elizalde lo bien que le sentaría a la imagen exterior de España la producción manufacturada de lo que el monarca calificó explicitamente como "un coche cumbre". En el Salón del Automóvil de París, cuando fue presentado, causó una enorme sensación, por colosal y lujoso. A la hora de la verdad, solo llegaron a fabricarse cinco unidades. Ninguna ha sobrevivido, pero casi todo el mundo tiene hoy un Elizalde Tipo 48 en casa y no lo sabe. Si es de la versión más reciente, cojan su pasaporte. Cada doble página reservada para estampar visados tiene una imagen impresa. Ahí está el autogiro de Juan de la Cierva, el buque Juan Sebastián Elcano, el tren Talgo…, y, sí, un Elizalde Tipo 48.

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